Presentación de Maurice Aymard
Aron Cohen, Rosa Congost y Pablo F.Luna (coordinación).
Pierre Vilar: une histoire totale, une histoire en construction
(Textos del Taller Pierre Vilar, 1 de octubre de 2004, Nanterre)
Tenemos el libro aquí, ante nosotros, un año y medio después de la sesión del Taller Pierre Vilar que nos reunió el 1 de octubre de 2004 en la Universidad de París X, y no podemos por menos que agradecer a los tres coordinadores por haber llevado a buen puerto, en un plazo tan corto, una empresa que sabemos resulta siempre difícil. La publicación nos permite hoy una relectura desde un doble distanciamiento: con respecto a Vilar mismo, a quien quisimos honrar, y con respecto a lo que cada uno de nosotros eligió e intentó decir en esa ocasión, a partir de su experiencia y de sus propios recuerdos.
El libro que tenemos entre las manos nos confirma que la meta que se marcó ese Taller ha sido alcanzada. Pues nos invita a ir más allá de la simple celebración de un grandísimo historiador, que nos ha marcado a todos nosotros y cuyo recuerdo queremos conservar y mantener, y a reflexionar sobre los resultados de lo que ha sido una primera etapa, y sobre la tarea que tenemos por delante. Poniendo el acento en la dimensión permanentemente crítica del trabajo del historiador, y en la exigencia de conceptualización sujeta a la prueba de los hechos –dos lecciones que deben guiarnos en la construcción de una historia que, por definición, nunca se acaba–, Pierre Vilar nos había mostrado el camino. Esta dimensión crítica, esta exigencia, debemos aplicarla tanto al propio Vilar como a nosotros mismos.
Hemos evocado y discutido los diferentes aspectos de su obra: si no todos, al menos algunos, y los más importantes. Pero lo hemos hecho siempre refiriéndonos a nuestra experiencia personal de investigadores, marcada en una u otra época de nuestras vidas por nuestro encuentro y nuestras relaciones con él. De hecho, como no podía, seguramente, ser de otra forma, hemos intentado, más o menos consciente y abiertamente, posicionarnos respecto a él. Su biografía intelectual, su trayectoria personal, su obra tal como la hemos descubierto, leído y utilizado, sus enseñanzas, nos han servido para revisitar nuestras propias biografías y volver a pensar nuestros recorridos personales. La figura de Pierre Vilar nos ha servido de punto de referencia. Lo que sin duda constituye el mejor, el menos oficial y el más personal de los homenajes que podemos tributarle. Pues su papel en lo que nos concierne, tal como él lo pensó, lo quiso y lo asumió, no fue el de “producir” alumnos que se le asemejaran y aparecieran como sus herederos. Él eligió ser, por medio de sus escritos y de sus enseñanzas, un gran interlocutor, exigente y crítico pero nunca aplastante, con quien tuvimos que confrontarnos.
Pero tal vez haya llegado el momento de intentar liberarnos de nuestra relación con él para tratar de resituar al historiador Pierre Vilar en su tiempo, y de captar desde dentro las opciones que orientaron sus investigaciones, su concepción de su oficio y de su disciplina, y la escritura de su obra. Es preciso, pues, de un lado, que partamos de los que fueron sus temas: llevan la marca de su generación. Una generación demasiado joven para haber hecho la primera guerra, que tuvo en Francia, en la revista Annales, fundada en 1929 por los más brillantes y los más libres de quienes habían sobrevivido a ella, una guía que elevaba a las más altas cotas las ambiciones de la historia para renovarlas mejor. Pero una generación, también, cuyos miembros no pueden abrirse paso si no es imponiéndose por la originalidad y excepcionalidad de sus propósitos y de sus obras, y, por ello, al precio de un largo trabajo en solitario, cuyo aislamiento es precisamente la condición y la clave de su éxito.
Ni Labrousse, ni Braudel, ni Vilar –los “tres grandes” que emergen en Francia después de 1945 y que se imponen en el primer rango de los historiadores, con un estatuto particular que les sitúa por encima de cualquier duda y hace de ellos figuras de referencia, más aún que maestros o jefes de escuela– tuvieron maestro, en el sentido que implica este término. Pero tuvieron la suerte de encontrar un público a la medida de ellos: una nueva generación de jóvenes investigadores, nacidos en los años veinte y treinta del siglo pasado, que escogieron la historia no por comodidad, sino en nombre de una exigencia de sentido. La historia se les aparecía como lo más apto para ayudarles a encontrar respuestas a las cuestiones dramáticas y urgentes que se plantean a todos sus contemporáneos a la salida de esa “guerra de Treinta Años” (1914-45) que conmovió al mundo, acabó con la supremacía de Europa y abrió, en medio de las destrucciones y ruinas, lo que se percibe como una nueva era, que es necesario a la vez comprender, construir e inventar: para comprender hacia dónde se va y hacia dónde puede y debe ir ese mundo, y, en muchos casos, para comprometerse políticamente, hay que saber de dónde viene. El pasado encierra la clave del presente y del futuro.
Sin ese público que no cesó de ensancharse y de renovarse, sin ese contexto tan particular de la inmediata segunda posguerra, sin esas preguntas ansiosas y apasionadas lanzadas a la historia, y sin la institución enteramente nueva en la que se encontraron (la Sección VIª de la École Pratique des Hautes Études), sin duda ni Labrousse, ni Braudel, ni Vilar habrían sido lo que fueron y lo que significaron para nosotros. A la audiencia nacional que adquieren casi a las primeras de cambio, viene a añadirse, a partir de los años cincuenta, una audiencia internacional que atrae hacia ellos, sobre todo en los casos de Braudel y de Vilar, a numerosos jóvenes investigadores extranjeros. Recordemos las fechas: 1950, Congreso Internacional de Ciencias Históricas de París, que supone la reanudación de los contactos internacionales después de la guerra; 1955, Congreso de Roma esta vez, con la gran ponencia de Labrousse fijando el programa de una historia social del siglo XIX fundada sobre bases cuantificadas; 1958, artículo de Braudel (que acaba de ser nombrado a la cabeza de la Sección VIª y asume en adelante la dirección de los Annales) sobre la larga duración, que será traducido y continúa siéndolo a todas las lenguas del mundo; 1960, ponencia de Vilar al Congreso de Estocolmo. Ahora bien, estos mismos años son también los de una formidable explosión de la historia y de las ciencias sociales, aquellos en los que se inicia el crecimiento de los efectivos de la investigación y de la enseñanza superior, tanto en Francia como fuera, y en los que se impone la necesidad de dotar a la investigación de medios de trabajo, créditos, centros y laboratorios: aquellos, si se prefiere, de un verdadero cambio de escala.
En este contexto, Pierre Vilar supo imponer una huella propia, sin dejarse apartar jamás del camino que se había trazado, afirmando la originalidad de su posición en todos los planos del debate de la época. La referencia al marxismo, pero un marxismo repartido entre varias lecturas de Marx. Una ambición científica para la historia, identificada con la promoción de la cuantificación. La voluntad de construir una historia total, tomando en consideración todos los aspectos de la vida de los hombres tal como se inscriben en el tiempo y en el espacio. La atención prestada a la reflexión metodológica: ¿qué historia, y cómo hacerla y escribirla? La necesidad de superar la descripción para intentar conceptualizar, formalizar, modelizar. La apertura, pero una apertura crítica, a las otras ciencias sociales: la economía, sin ninguna duda, pero también la sociología y la antropología, respecto de la cual P. Vilar se cuida de dejar claras sus distancias con más firmeza y más frontalmente que F. Braudel.
Pero la historia también tiene su historia: el giro intelectual que se esboza en las filas de los historiadores, tanto en Francia como en otros países, entre finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, viene a cuestionar desde dentro todas las antiguas certezas y a colocar a la defensiva a quienes continúan reivindicándolas. La historia se aleja de la economía en el mismo momento en que ésta deja de suministrarle preguntas, como lo había hecho en los años veinte y treinta, para escoger la vía de la matematización. Y se anuncia una nueva alianza con la antropología, vieja conocida también, con la tentación de verla como algo inmóvil. Ésta le propone otras formas de formalización y, por consiguiente, de explicación de las decisiones y de los comportamientos humanos: la familia, la alianza y el parentesco, así como el conjunto de las opciones y “estrategias” que inspiran, consciente o inconscientemente, para la elección de los cónyuges, la transmisión de los bienes mediante el establecimiento de los hijos y la herencia, y para la reproducción de las generaciones; las técnicas, el impacto duradero que ejercen, al más fino de los niveles, en la organización social; los valores que orientan la atribución de los roles que cada cual debería asumir; las relaciones interpersonales y la estructuración del espacio social; las actitudes ante la vida y ante la muerte; y, de manera aún más profunda, las representaciones del mundo y la distinción entre lo posible y lo necesario, esto último que lo es sólo porque así está culturalmente aceptado e interiorizado por los individuos.
Sin embargo, la cuantificación no retrocede: incluso gana terreno con la aplicación de sus métodos a otros ámbitos, concretamente los relacionados con lo cultural y lo religioso. Es lo que Pierre Chaunu propone entonces designar como “la inserción de lo serial en lo cualitativo”. Pero, paralelamente, la descripción recupera todos sus derechos, de igual modo que lo individual y lo particular, que se hace imposible dejar de lado o marginar como si fueran residuos de la historia, en nombre del viejo principio aristotélico de que “no hay ciencia sino de lo general”. La thick description y la microstoria se erigen en referencias metodológicas obligadas de la nueva historia social, en la que la gender history también impone su espacio y sus puntos de vista. Otras figuras de referencia, pertenecientes al campo de las otras ciencias sociales, como Barthes, Foucault, Derrida, Bourdieu y otros, se imponen también a los historiadores. Seguirá, en la década de los ochenta, la que se ha dado en llamar “crisis del marxismo”, que lleva a muchos, con razón o sin ella, a una desafección declarada por aquello que antes habían aceptado o incluso adorado.
Ante este cambio profundo, Pierre Vilar fue sin duda de los que, con lucidez y energía, resistieron, rechazando hacer cualquier concesión a la moda, devolviendo golpe por golpe y sometiendo las nuevas propuestas a la misma lectura crítica aplicada a las precedentes. Nos enseñó que también había que saber pensar contra su propio tiempo y que, para conservar un tiempo de adelanto, había que aceptar pasar o no estar de moda: un artículo de Le Monde, publicado hace cuatro o cinco años, y titulado “¿Regreso a Kondratieff?”, me hizo pensar en las críticas dirigidas a Braudel veinte años antes por algunos miembros del establishment de la historia económica francesa tras la publicación de Civilización material, economía y capitalismo: “¡pero si todavía cree en los Kondratieff!”.
La historia de la historia en el siglo XX apenas está empezando a movilizar la atención de los historiadores. En su mayor parte sigue estando por escribir. Contentémonos de una certeza: reconocerá a Pierre Vilar, siempre actual, el lugar que tuvo y que sigue correspondiéndole hoy en día.
Maurice Aymard (EHESS, París)
Maurice Aymard
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